16 de Abril de 2017
Distancia: 54km
Desnivel acumulado: 923mt
IBPindex: 79
Crónica por el Grandísimo Fer(vantes)
Clavijo, La Hoya, Cordal y una coplilla.
Ana, Victor, Jesús, Igor, Marcelo, Dieguito,
Eduardo y Fer
Un dicho popular
español dice así: “En el pecado se lleva la penitencia”. Mi pecado y gordo fue
no ir a la Ruta de la Muerte. Allí, hubiese tenido la oportunidad de disfrutar
de unos paisajes únicos y de visitar a
viejos amigos: los muros derruidos del monasterio de La Granja, las cruces del
cementerio de Matute, Cervancos, la Calderona, el Haya la N , el Muélago, los
caparrones……. y seguramente hubiese recibido el honor de escribir una de las
crónicas más agradecidas de nuestro calendario. Mi penitencia, igual de gorda
que el pecado, es la de tener que redactar la
del domingo, recibiendo el encargo de un rencoroso y vengativo Mulá de
Pakistán, herido en su orgullo por no haber asistido a su querida ruta del
Viernes Santo, por los montes de
Anguiano y Matute.
El domingo fue un
recorrido de transición, lleno de ausencias, sacado de un turbante raído y
descolorido, del que a modo de chistera, últimamente salen recorridos sin
sentido, unos hechos al revés y otros zurcidos con mil atrezos, junto a sendas
inventadas, que después de hacerlas, como la Cueva de Alí Babá, desaparecen a
la vista de los hombres y es inútil volver a buscarlas.
Por Alberite subimos a La Unión, hoy no cogemos
el habitual camino que arranca a la izquierda desde la finca de olivos, sino el
de más adelante. En la fuente del pueblo nos abandona Marcelo, que poco a poco
tiene que ir cogiendo forma, para que podamos seguir disfrutando de sus
“cosas”: una rica prosa, si es hablada, o de sus Marceladas, si son
representadas.
Ascendemos por la
senda hasta las antenas, Dieguito tira a tope, Jesús le sigue, Igor detrás
también aprieta y yo… hago lo que puedo. Mientras cogemos aire en este
privilegiado mirador, contemplamos abajo el Valle del Ebro y a nuestra misma
altura, el Castillo de Clavijo. Tal vez sean estas murallas, nuestro destino
más socorrido y su imagen la más reflejada en nuestra retina, pero con nieve,
entre brumas, o seco por el sol, su enriscada belleza no deja nunca de
sorprendernos.
Hoy lo veo más
viejo que nunca, sus almenas, roídas y desgastadas se me antojan la risotada de
un anciano, o más bien, la mueca de una
calavera boca arriba, que aunque parezca querer reírse, hace ya muchos años que
dejó de vivir.
Cuando quiero darme
cuenta, ya se han ido todos y los veo abajo cruzando la carretera hacia el
pueblo. Aquí echo de menos a Jero, que se hubiese quedado rezagado conmigo.
¡Una foto, una foto, sacarme una foto! y
con su natural e inimitable postureo, le hubiésemos tenido que sacar su
foto número doscientos cincuenta con el
castillo de Clavijo como paisaje de fondo.
Por el cementerio
cogemos la soleada pista de Trevijano,
que en progresiva ascensión se va tapando con la protectora sombra de
los pinos. A la derecha arranca el empinado y traicionero camino que nos
llevará a La Hoya. Sus duras y resecas rampas son como la radiografía que un
médico hace a su paciente, aparentemente sano por fuera, vestido y perfumado
por el tomillo y el romero, pero enfermo
por dentro, aquejado del peor mal que pueden tener nuestros montes, la falta de
agua.
Vitín inicia la
ascensión, tras su rueda se situa Diego y yo detrás. Me río para mis adentros,
con una cubierta trasera que hace tiempo debía haber sido cambiada y con exceso
de presión, va a resultar interesante aguantar el ritmo cochinero del Boss,
única persona en La Rioja que consigue subir cuestas en “parao”. Nos arrimamos todo lo que podemos
a la parte izquierda, buscando el contacto con la floreciente roca, superando
los numerosos resaltes del terreno y huyendo de la polvorienta y blanquecina
tierra, que nos provocaría una inmediata pérdida de tracción. Cuando la última
rampa ya está superada y el terreno se vuelve más amable, me permito levantar
la vista para relajarme y contemplar las copas de los pinos, me despisto y echo
un leve y fugaz pie a tierra. El cotilla de Dieguito, vieja del visillo
suplente, se da cuenta, se ríe y me dice: echas el pie en lo más fácil… y ahora
voy yo y lo “casco”.
En lo alto del
cogote, mientras unos comen algo y otros practican puntería con los nidos de la
procesionaria (inocentes e indefensas
criaturitas), yo aprovecho para contemplar desde esta privilegiada
atalaya, mi finca de recreo, herencia de familia, que incluyendo los términos
de Viguera, Peña Bajenza y las laderas
soleadas de Moncalvillo, se desliza por el valle del Ebro, pasa por la Villa de
Logroño y llega hasta Calahorra, donde empieza la finca del Obispo. Por cierto,
tengo que decirle al nuevo guarda – un tal Tate - que me tiene que tapiar el
Pico del Águila. Cuatro pichaflojas en
bicicleta, no se han enterado de que es un coto de caza y me lo están dejando
sin perdices de tanto subir y bajar.
El sol nos acaricia
ahora con fuerza y algunos nos quedaríamos aquí un ratito más, como lagartijas
adormecidas encima de una piedra, dejándonos
engullir por el suave sopor del -no hacer nada- , capaz de ralentizar
las manecillas del reloj, de anular la señal de los GPs y de lanzar a un
agujero negro todos los móviles del universo. Aquí también echo de menos a
Israel, hombre sin prisas, disfrutón de
la vida, pero al que se le estará cambiando el color con solo leer estas
divagaciones mías.
Iniciamos con
pereza el descenso, unos aprietan más el
freno, otros un poco menos, pero todos logramos descender sin percances por
esta empinada y resbaladiza ladera. Hacemos ahora el Cordal, pero en dirección
contraria a la que normalmente lo hacemos y llegamos a la portilla, en la que
hoy no paramos. Seguimos descendiendo y en una de las bajadas más pronunciadas
y de peor terreno, cuando más pegado estaba a la rueda de Dieguito, por lo que
os podéis imaginar que no íbamos despacio, una zarza traicionera le da en la
mano al mocete, le rompe su guante nuevo y lo zarandea, me revota a mi mano
izquierda ¡imposible esquivarla! me agarra la muñeca como si fuese el tentáculo
de un pulpo ¡me desequilibra!, doy dos bandazos, la velocidad que llevo me
ayuda a no caerme, pero me deja la piel ensangrentada y el corazón encogido. Cuando
nos reagrupamos, alguien comenta que también le había enganchado - ¡más cansa y
peligrosa la zarza que la mano de un novio!-.
El regreso a
Logroño lo hacemos por los Mogrones, atravesamos el Parque del Ebro por la
senda junto al río y terminamos almorzando en La Terraza. Cuando nos despedimos
me doy cuenta que no hemos tomado ceregumil, algo que solo pasa cada mil
almuerzos, mal fario que solo puede propiciar desventuras y desgracias a esta
cuadrilla. Ya os decía yo, que esta ruta era de puro compromiso, así que os
pido disculpas por ésta crónica si no está a la altura de vuestras expectativas
y por intentar arreglarla un poco, os dejo esta humilde trova:
No piensen vuestras Mercedes
que me averguenzo de ustedes
pero ser sinceros los ausentes
si no es de buen penitente
aguantar la compañía presente.
Un Cóndor desplumado
Junto un zagal descerebrado.
Un policía engominolado
y un carretero osco y despechado.
Un Vasco sin chapela
¡a mí me la pela!
pero
entender que ya es mucho aguante
tener una mujer al volante.
Y si esto no fuese poco
he de soportar con gran
sofoco
a un Visir venido a más
en ausencia de su Ayatolá.
Hasta la próxima amigos.
Fer Alcalá
6 comentarios:
Me quedo mudo cada vez que Fernando escribe en el blog, a esta crónica no se le pueden poner fotos ya que estropearía la grandísima redacción de este fenómeno; mira que anda en bici como el mejor, es un tio que no puede ser mejor persona ( sin duda es lo mas importante), pero leer lo que nos escribe no tiene parangón,esta vez, además con copla incluida, solamente por sus crónicas merece la pena este espacio que tenemos en la red."GRANDE FER".
Poco puedo decir de la ruta despues de leer a Fer.
Uno menos para completar los 4 días de pasión.
Muy buena crónica, Fer! Veo que tú también tienes un palmero.
Lo que decía, cada uno tiene su Rey Mago preferido
Joder Fer, que barbaridad. Me da a hasta apuro escribir un comentario después de la obra maestra que has creado,y bien digo, crear. Enfrentarse a un papel en blanco y parir esa obra esta al alcance de muy pocas personas. Enhorabuena Fer.
Impresionante crónica Fer, imposible leerla sin que se te pongan los pelos de punta. Como bien dice Víctor, grande en bici, grande como amigo y gigante como escritor. Enhorabuena compañero!!!
Gran crónica Fer, la sencillez de la ruta te ha permitido lucir tu prosa como nunca, tremendo.
Gracias por acordarte de los ausentes.
Fernando, la crónica magnífica, en el nivel de excelencia al que nos gratamente acostumbrados. Como dice David; eres un poeta. Tus textos siempre destilan un lirismo poco habitual en una sede tan pedestre como esta.
Es díficil ponerte un pero, pero yo te lo voy a poner, sino dejaría de ser el tocapelotas oficial del grupo; la crónica me deja un cierto regusto de tristeza, de ligera amargura (como la de un almuerzo sin ceregumil), no sé si por tu involuntaria ausencia en la ruta de la muerte que te privó de visitar tus queridos parajes de Matute y Anguiano. Por eso me ha gustado mucho y te felicito por haber levantado el tono general y haberlo dejado en todo lo alto con tu coplilla final.
Un aparte para Marcelo, a ver si vas cogiendo forma (o perdiendo la forma tan esférica que has adoptado ultimamente.
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