HAZAÑAS VÉLICAS*
* De veló (bicicleta en francés)
El
día en el que el Mago Faltafrán nos libró a todos de una muerte segura.
By
Tonho Pleitos
30
de marzo de 2014
Distancia:
57km
Desnivel
acumulado: 1106mt
IBPindex:
95
Crónica
por (soldado en prácticas)Toño “Pleytos”
Nunca
creí que llegaría a decir esto, pero lo tengo que hacer, José María Aznar tenía
razón; España se rompió.
La
secesión de Cataluña y Euskadi sumió al “resto del Estado” en una profunda crisis
que fue aprovechada por aquellos dos, en alianza con Andorra y Gibraltar (Las
Fuerzas del Mal), para invadir una España entonces dividida en pequeños reinos
de taifas.
Aquí,
en La Rioja resistimos a duras penas, después de que nuestro monarca abandonara
el trono y su palacio de Villamediana (que el pueblo riojano llamaba
cariñosamente; “La Casa de Aperos”).
Al
rey huido se le coronó como Pedro I “El Tímido” porque no le gustaba ni que se
le grabaran imágenes ni que se le retratara de forma que, en la actualidad (año
2025) rara es la estampa suya que se conserva.
La
situación es desesperada: la tenaza formada por; el 2º Ejercito de Gudaris por
el Norte, el 33º Regimiento Boquerón de Gibraltar por el Sur y la 4ª División
Aerotransportada “Jordi Puyol” de Cataluña por el Este; ahogaba la capital
Logroño, que constituía el último bastión de la resistencia riojana, junto con
el puesto avanzado de Clavijo.
Tras
la desaparición en combate del ejército regular en la sangrienta batalla de los
“Corrales de Zorralamuela” solo quedaba un aguerrido grupo de resistentes
conocidos como los Ordanzas.
La
mañana anterior a los hechos que os voy a relatar tuvo lugar una reunión del
Estado Mayor de la resistencia situado, paradójicamente, en la Avenida de la
Paz, de Logroño.
En
el bunker, con el nombre en clave de “winnie-55”, se encontraban presentes: el General Troya, el Comandante Montalvo (cuyo nombre no se podía siquiera pronunciar de
lo bonito que era), quien acudió a la cita con el “Ayudante de Campo” del pelotón;
el Cabo Perrella y, por último, el Coronel Abizanda, al mando del puesto
avanzado de Clavijo, enclave protegido por su legendaria línea de defensa; “clavijo-8.0”.
De
estos cuatro hombres pendía el destino de toda una ciudad, los ejércitos
enemigos, las fuerzas del mal, estaban preparando la ofensiva final y la única
probabilidad de evitarlo residía, curiosamente, en la fuerza espiritual de una
persona no especialmente aguerrida; el MagoFaltafrán, quién había desarrollado, en forma no conocida hasta la fecha,
sus facultades psíquicas alcanzando un estado de hiperconsciencia que le ponía
en contacto con fuerzas espirituales no terrenales.
Faltafrán
recientemente había tenido una visión en la que se le indicaba que la clave de
la victoria residía en descifrar el oráculo escondido en el corazón de La
Rioja, el pico Moncalvillo y, más concretamente en su lengua de fuego; El
Barranco del Colorao.
Por
eso era imperioso trasladar a Faltafrán hasta allí y para ello el Estado Mayor
contaba con un arma secreta diseñada por el “Tate Comando” y que consistía en una intrincada red de pasos y
comunicaciones denominados “sendas”, las cuales se mantenían en perfecto estado
de uso gracias al “Batallón de la Melaza”.
Entre
Marianito y Marianito, los
componentes del Estado Mayor, discutían apasionadamente sobre la táctica a
utilizar. Todos estaban de acuerdo en que la operación debía realizarse
mediante una incursión llevada a cabo por un grupo de élite, en el más absoluto
secreto y con la toda la rapidez que fuera posible.
No
obstante, quedaba por determinar tres cuestiones;
1ª)
La ruta a seguir. En este punto se produjo un auténtico choque de trenes en la
reunión del Estado Mayor; El General Troya había diseñado una ruta de entrada y
salida que, en los planos y ortofotos, parecía factible.
Sin
embargo, el comandante Montalvo le echó en cara que, desde su poltrona y
sentado en una silla, era muy fácil diseñar rutas pero que, para evitar
imprevistos que pudieran dar al traste con la operación, la ruta debía ser
objeto de comprobación previa (el asistente Perrella asentía como un perrillo
en la luna trasera de un coche de los 70, mientras afirmaba; “Lo que diga el Comandante, el Sr.
Comandante siempre mira por nuestro bien, qué guapo es el Sr. Comandante…”).
Por
su parte, el coronel Abizanda, cuya facultades psíquicas estaban al borde del
colapso por su larga permanencia en primera línea y su avanzada edad, insistía
en que había que pasar varias veces por Clavijo y en uno de los bucles (u
ochos, como también los denominaban) despistar a la fuerza enemiga saliendo por
la tangente (esta táctica, se la enseño el Teniente del SERvicio de
Comunicaciones; Frenando, alias “El cojo-mudo”).
Después
de 17 marianitos y un plato de aceitunas (este cortesía del abastecedor del
Estado Mayor; Albert Ito) se decidió finalmente
seguir el trazado propuesto con tanta vehemencia por el Comandante Montalvo.
2ª)
La hora; se decidió por unanimidad y sin discusión que la partida había de
comenzar con los primeros albores del día, cuando el entendimiento del enemigo (y
de algún amigo) se hallaba todavía confundido y sus sentidos abotargados.
3º)
El mando operativo; solo había un hombre que reuniese las características
adecuadas para comandar la expedición; dotes de mando, capacidad para exprimir
las cualidades de los hombres a su cargo y coraje suficiente como para no
retrasar la marcha abandonando a los que supusieran un estorbo, sin echar la
vista atrás.
Ese
hombre, tan implacable como el azul de sus ojos, era el sargento Santiago (del que se decía que tenía una relación familiar
con el comandante Montalvo. Entre ellos se trataban de “hermanos”) y el lema de
su escudo familiar era “ad profectum vestrum, ad
profectum vestrum,
non pareis*”
(Tira, tira. No paréis!!! *nota del traductor).
A
las ocho en punto de la mañana (y eso que habían cambiado la hora), el General Troya
realizó una memorable arenga a las tropas, que todos los que allí estuvimos no
podemos recordar sin que se nos pongan los pelos como escarpias, encomendándonos
el cuidado del Mago Faltafrán y haciéndonos responsables del destino de la
región.
Los reclutas recién salidos del cuartel y sin
apenas experiencia en combates btteteros mirábamos sin ver, oíamos sin escuchar
y algo en nuestras tripas nos decía que algo terrible iba a ocurrir.
Los
veteranos, en cambio, con rostro esculpido en piedra, sentidos en alerta y
músculos activados, supervisaban sus armas de combate: comprobaban presiones,
limpieza de transmisiones y el rebote de sus horquillas y amortiguadores.
También echaban un último vistazo a sus provisiones y a la herramienta que les
podía librar de una muerte segura en caso de quedar varados por una avería.
En
este punto, hay que hacer mención del estado, siempre impecable, de la montura
del soldado de primera Bartolo, de
quién se decía que, cuando se compró la Canyon, quitó la televisión de su salón
y en su lugar y subida a un pedestal puso la bici y allí pasaba las horas
muertas contemplándola y sacándole brillo, sin percatarse de que era mate.
Presidido
por un sol que empezaba a despertar, el silencio atronador y la tensión acumulada
se rasgaron por un grito del Sargento Santiago; “Venga chicos, vamos!!! que nos quedamos fríos, y ya son y cinco.”
Clac,
clac, clac… sonido de calas, seguidos de murmullo de neumáticos limpios y de
bujes engrasados, la expedición estaba en marcha; la suerte, echada.
Enfilábamos
ya la ruta habitual hacía Navarrete cuando el Comandante Montalvo desvió la
tropa, nada más pasado el puente de La Grajera, por la senda de Los Pinos para
dirigirnos al túnel de Mario.
Prudente
maniobra que buscaba evitar una emboscada enemiga de la que nos había informado
previamente nuestro oficial de reconocimiento, el Teniente Vera, un andaluz simpaticote, quien tan pronto estaba por
delante nuestro como detrás y cuando menos te lo esperabas te salía por un
flanco.
Dejado
atrás Navarrete nos dirigimos hacía Daroca donde el comandante Montalvo
introduce un nuevo cambio de dirección, hacía Hornos, pues se rumoreaba que por
el camino convencional se aparecían los espíritus de unos malvados runners que
te alcanzaban por detrás, por deprisa que pedalearas, y te llevaban derechito al
reino de los muertos.
Así,
después de cruzar por una viña llegamos a una cuesta con buen firme e
inclinación exigente que nos deja en el camino principal de la Dehesa de Hornos
y allí la tropa, según cumbrea, procede a desplegarse en posición de combate
para proteger el paso del Mago Faltafrán quien subía dificultosamente abrumado
por el peso de sus responsabilidades acompañado por el recluta Sobrino (destinado
para esta expedición desde el batallón postal. Especialista en correos masivos)
y el teniente Vera.
Agrupados,
reanudamos el camino y al llegar al pueblo de Hornos, suceden dos hechos
relevantes; Un francotirador enemigo alcanza en la montura a nuestro más
destacado recluta, Diego Monasterio, experto informático y de gatillo fácil
(dispara fotos a todo el que se menea). Avisado el sargento Santiago, este
decide que dada la envergadura (hay mujeres –y algún que otro hombre- que se
excitan leyendo esta palabra) del proyectil solo cabía su extracción y si
aguantaba el neumático, bien, y si no tendríamos que prescindir de un elemento
de la expedición. Afortunadamente pudo continuar.
En
estas estábamos, cuando se hizo el silencio, el viento se detuvo y un escalofrío
recorrió nuestro cuerpo, apareciendo entre la niebla el espectro de Don Juan de
la Rodilla Floja, que pasó a nuestro lado con su flamante montura y tras
desearnos un buen viaje, siguió camino como alma en pena.
La
expedición abandonó la vía principal, para desviarse a la derecha a la altura
de la Ermita del Cristo y dirigirse a la Dehesa de Sotés. El cabo Multacar fue
alcanzado durante la ascensión por una esquirla de granada en su rodilla
izquierda pero pudimos recolocársela y continuar la marcha después de que el
teniente Vera comprobara que estaba bien alineada (la rodilla, no la esquirla).
Seguimos
avanzando por la Dehesa a buen ritmo protegidos por los pinos que impiden la
labor de seguimiento de los drones enemigos. No obstante, el Comandante Montalvo
tenía la mosca detrás de la oreja (un lugar tan bueno como cualquier otro,
incluso más espacioso, para esconderse) y decidió dejar el camino principal
para irnos a la izquierda por una senda que nos iba a llevar hasta la fuente de
la carretera de Moncalvillo, pero algo debió fallar y nuestra presencia fue
detectada por las fuerzas de mal, de forma que el suelo, hasta ese momento seco,
se convirtió en una pasta, tipo nocilla, pero más húmeda y espolvoreada de
hojas muertas.
Todos
tuvimos que descabalgar y subir empujando nuestras monturas, hasta el propio
sargento Santiago. En ese momento, la moral de la expedición estaba por los
suelos, pero el Mago Faltafrán, percatándose de nuestro estado ánimo se dirigió
a nosotros en estos términos; ”De qué
teméis, hijos míos, si yo con el peso que porto sobre mis hombros, subo a
vuestra misma velocidad.” Estas palabras obraron el milagro y conseguimos
llegar hasta la fuente sin mayor novedad.
Allí
el Mago Arturmás, de las fuerzas del mal, había envenenado las aguas, otrora
cristalinas, de la fuente y ordenado a unas ninfas que, con cantos y susurros
que parecían celestiales nos embrujaran (“seguid,
seguid y, más arriba, saborearéis”, nos decían) impidiéndonos comer y
prometiéndonos recompensas si posponíamos el refrigerio y continuábamos
ascendiendo.
Así
lo hicimos, sin ser conscientes de que el Mago Faltafrán, de este modo iba
perdiendo el poco brío que le quedaba.
El
encanto de las ninfas había conseguido su objetivo y en una pradera idílica,
alfombrada con mullida hierba y unas vistas maravillosas, los miembros de la
expedición empezamos a olvidar nuestra misión, a comer, a beber, a reir … y
cuando parecía que todo iba a terminar en una bacanal (más o menos a la ½ hora)
hizo su aparición el Mago Faltafrán, investido de una dignidad sobrenatural y
con la firme determinación de enfrentarse con el Oráculo del Colorao y con su
destino.
Pasó
ante nosotros y sin siquiera mirarnos, indiferente ante nuestra flaqueza, se
retiró unos metros más adelante y entró en un prolongado éxtasis y,
visiblemente cansado, nos comunicó que el Oráculo se había manifestado y nos
exigía que, para que el conjuro contra las fuerzas del mal tuviera éxito,
estuviéramos en el Templo de Gerardo antes de las 12,30 horas e hiciéramos el
sacrificio de los huevos y los licores.
Estas
palabras nos hicieron despertar, sobre todo al Sargento Instructor Del Campo (un hombre sin cultivar, un poco
infantil –como de primaria- pero con un gran apetito), que exclamó; “eso, eso;
huevos y licores!!!”.
La
tarea parecía factible y comenzamos el descenso, pero no contábamos con las
malas artes del Mago Arturmás; así, del camino comenzaron a brotar piedras,
pedrolos y pedruscos con ralentizaron nuestra marcha.
Tan
pronto como estas desaparecieron el suelo, que había recobrado su firmeza y
llanura, se convirtió en un mar encrespado cuyas olas estaban formadas por
barro endurecido.
No
solo tuvieron lugar estos prodigios naturales, algunos de los componentes de la
expedición también padecieron los conjuros del maligno; nuestro hombre de las
fuerzas especiales el francotiradorAlcalá, que podía pasar desapercibido hasta el punto de parecer que nunca
había existido y cuando menos te lo esperabas lanzar su ataque mortífero,
hombre dotado también de exquisita técnica, nos deleitó con dos caídas y sus
correspondientes croquetas (que no las supera ni Marisa, la del Echaurren).
El soldado, en
prácticas, Pleitos,
del cuerpo jurídico, sufrió una paranoia similar a la de Golum, en el Señor de
los Anillos, solo que en vez de “su tesoro” estaba obsesionado por “su
posición”, de forma que incluso se revolvió contra el Sargento Santiago cuando
éste le metió rueda en una curva; “mi
posición!!, no me quites la posición!!. Yo por la posición, M A T O!!!”. Menos
mal que al soldado Pleitos nadie le tomaba en consideración porque, si no, el
Sargento Santiago, le hubiera formado un Consejo de Guerra.
A
Pleitos le pusieron bajo la custodia preventiva del Jefe de la Policía Militar,
el teniente Milka (un hombre de
anchas espaldas, precisión suiza y generoso como un soriano).
Finalmente,
después de pasar por Daroca y Entrena, de sortear ramas de zarzas que crecían a
nuestro paso y querían atraparnos, así como fosos llenos de agua que se abrían
a nuestro paso, conseguimos conducir a tiempo al Mago Faltafrán al Templo de
Gerardo y que oficiara el sacrificio de los Huevos y Licores (a los que se
añadió jamón, picadillo y queso, por si acaso).
La
batalla estaba ganada, pero la guerra continua… seguiremos informando.
PD.: Los hechos
relatados son producto de mi imaginación, cualquier parecido con la realidad es
pura coincidencia. Ninguno de los personajes que aparecen son personas
reales.
FOTOS AQUÍ:
Y AQUÍ:
12 comentarios:
Esto si que es una gran crónica, no se si publicar un libro con las méjores crónicas ya que merecen mucho la pena.
Toño haces dos cosas muy, muy bien, una es las crónicas y la otra ya sabes tu cual.
Excelente, original y divertidísima crónica, Toño. El día que bajes con la bici la mitad de bien que escribes no habrá quien te siga.
excelente relat, sensacional narración de épica batalla, muy bueno, enhorabuena.
La proxima vez que necesite un pleitador ,serás Tú.salu2.
Anonadado estoy.Felicidades!!!!!
Salud,
Barrancas
¿Pero que novela has escrito? Es digna de cualquier lector de Perez Reverte. Harto ya de novelas históricas, esta tuya impresiona y anima a las milicias de la resistencia riojana.
No quisiera despedirme sin lanzar unos vítores; ¡viva la resistencia OR,VIVA LOS HUEVOS CON JAMON, PICADILLO, QUESO Y VIVA EL VINO CLARETE!
Entre el "Cholo Simeone", el gran "Petón" y sus grandes fábulas, y Toño "pleitos", (todos ellos atléticos de postín) cada día que pasa nos dejáis más sorprendidos con vuestras narraciones. Enorme crónica. La primera vez que leo una crónica y estoy intrigado por saber cual va a ser el desenlace, aunque ese ejercito como me suponía, casi siempre acaba en el mismo campo de batalla. GENIAL.
Muchas gracias a todos por los comentarios y por darme tan abundante material para los relatos.
Pero aún estando dichoso y feliz como una perdiz, echo de menos algo, como cuando te sacan una paella sin color;
FALTAFRAN!!!
Dice el General que "haces dos cosas muy, muy bien, una es las crónicas y la otra ya sabes tu cual".
¿Ya "caes" a qué se refiere?
CHAPEAU!!, apreciado Toño, a pesar de que yo soy más de relatos eróticos que bélicos.
Un abrazo,
Juan
enhorabuena !!!!! Toño he necesitado 2 intentos, y seis cafés para leerme la crónica entera. Ahora el listón lo has puesto muyyyy alto para igualar semejante relato.
buenas buena crónica toño mejor que las mias ya veo que a calado hondo lo de mis mensajes masivos sin comentarios que es como mejor
Yo necesito 15 días para intentar leerla, te prometo que este fin de semana lo intento...
El Pe
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